Febrero de 2020, en España, Madrid, era posible salir de casa un Jueves y llegar un Lunes saltando de club en club, after, sauna, tapas, cervezas y terrazas. Los franceses, que están ahora muy de moda, siempre han tenido fama de sosainas por aquello de que cenan a las 19 horas, pero mientras nosotros estábamos en verano a verlas venir no parábamos de verles gozar en espacios enormes, masificados, sin distancia y sin mascarilla.
Febrero de 2021 y las tornas han cambiado, en Francia está la cosa cerrada a cal y canto y Madrid es el oasis de la libertad y el despendole. Ojo, porque hemos pasado de los fines de semana de 5 días a despendolarnos en una terraza hasta las 23:00 y luego montarnos la fiesta en casa (O en algún sótano). Si aplicáramos el «fiestómetro» interanual, ahora estaríamos en alerta negra, vamos que hemos dado por buena la nueva normalidad que nos han vendido y cómo en este país otra cosa no, somos muy de adaptarnos, hemos abrazado el concepto con alegría, lo hemos empaquetado bonito y se lo hemos vendido con un lazo a nuestros inocentes vecinos. «Win-win» para todos, el sector del ocio contento y feliz y el francés post-adolescente creyéndose que se está pegando la madre de todas las fiestas haciendo la conga en la calle Huertas. Cómo de mal tienen que estar en París para que se cojan un avión y se vengan a España a tomarse 4 vinos en una terraza y montarse una fiesta de colegas en un Airbnb, eso para cuando te miren por encima del hombro cuando te paseas por Europa vestido de torero. Claro que la lectura contraria es que al final el extranjero viene a hacer al bar de Europa lo que no le dejan hacer en su casa y si se vienen a España a hacer el plan más ridículo del mundo es porque en su París seguramente el paquete que les caiga sea simpático y aquí a la Policía Municipal sólo les falta hacerles la ola. Tu llevas 1 año sin pegártela en el Siroco porque no eres guiri ni vienes a mearte en la Cibeles. Sorpresa, somos la barra libre de 3€ de Europa: Madriluf.
A ti como madrileñito de a píe que para irte a visitar a tu tía la de Cuenca lo tienes que hacer vía escala aérea en Munich, te toca saciar tus ansias de festival jugándote el contagio y la multa en algún tugurio o bien reconvertirte en fiestero sentado en algunas de las salas que han intentado adaptarse a la situación para poder por lo menos aguantar el tirón hasta que algún gestor se le ocurra algún truco de magia para acabar con este pelmazo de pandemia que nos ha tocado en desgracia.
Somos al fin y al cabo unos adictos del cancaneo. La fiesta no ha parado en ningún momento; bien bajo el prisma coctelero de esas opciones que he nombrado antes, controladas, tranquilas y más o menos seguras (Todo lo seguro que puede ser meterse en un interior con el personal fumando cachimbas) o bien jugándote la multa, el positivo y 2 minutos de ridículo en televisión cuando te sacan como un semi delincuente de un bareto con la persiana bajada de Chamberí.
Al final en la vida todo es un balance de riesgos-beneficios y parece que muchos han elegido el riesgo por pegarse un sucedáneo de lo que teníamos en 2019. Una homeopatía clubber que culmina el camino del ridículo que ya iniciamos cuando compramos la idea de que la música de baile podía escucharse en discotecas con un sistema de sonido peor que el que tienes en tu casa conectado a tu ordenador; llevamos años pagando entradas desorbitadas por ese concepto de evento y preguntándonos que cómo coño es posible que en Berlín, Amsterdam, Londres, Tiblisi, etc. tengan lo que tengan, pinchen los djs que pinchan y suene aquello como suena.
La pandemia no entiende de estas cosas y el capitalismo tampoco. Los promotores se han visto obligados a cambiar su modus operandi y no creo que estén precisamente contentos con pinchar y montar fiestas con la gente sentada en su rincón. No se concibió estos lugares para eso, pero entiendo que tengan que buscarse las habichuelas y eso les honra. Siempre habrá gente que prefiera eso a quedarse en casa y tienen que tener su espacio para ese esparcimiento y se tiene que dar al promotor la oportunidad de ofrecerlo. También habrá otros que prefieran parar la rueda y tirar de paciencia esperando que algún día la cosa se solucione y podamos volver a sudar juntos delante de un altavoz que es a lo que realmente hemos venido aquí.