Cada opinión debería constar por decreto ley de una puesta en contexto estilo abuelo cebolleta. En esta ocasión para hablar de el usar y tirar deberíamos remontarnos una década atrás cuando, de nuevo por decreto ley, marcas como Native Instrument o Ableton democratizaron, al abrigo de la masificación del acceso a Internet, la creación musical. El paradigma de creación artística musical cambió radicalmente y lo que antes costaba miles de euros en fabricar y estaba al alcance de los pocos afortunados que estaban en el momento espacio-temporal adecuado para acceder, selección que ni la de Sven mediante, a las redes de distribución global.
La democratización, sigamos, trajo consigo una cuestión positiva y otra negativa. Sacar a la luz talento escondido, seguramente obviado y olvidado por las cabezas pensantes del circo. La negativa es que, sin filtro de agua y con las puertas abiertas, suele escaparse el gato y entrar el frío con lo cual la cantidad de material de dudosa calidad inundó el imaginario colectivo haciendo imposible rescatar supervivientes entre el fango. Cada hijo de vecino era capaz de editar un tema, crear un sello y ponerlo a la venta o al alcance de todos en cuestión de horas: Bien y mal.
La década transcurrió sin nadie que fuera capaz de ponerle el cascabel al gato y cada vez eran mas nubes las que ocultaban el horizonte impidiendo rescatar algo audible dentro de ese fango anteriormente mencionado. La facilidad de promoción, el dinero, el alcance y las redes sociales no hicieron otra cosa que legitimar el status-quo existente autoengañando a ese sector de creadores de ritmos que consideran que cada loop de repetición es digno de alabanza y escucha continuada.
En tiempos de asueto y confinamiento no se puede evitar repasar la lista de errores cometidos y es que, en la ciencia, en la vida y en el arte, la situación actual no es más que un cúmulo de pequeños errores pasados por alto por livianos, pero que en un todo, conforman una bola de gran magnitud. Conclusión: Hemos permitido que la música sea de usar y tirar, y será culpa de los consumidores.
La pandemia, en lo musical, trae consigo una serie de reflexiones que no sería deseable que fueran apartadas del debate. La música mejor en directo que en Instagram Live, acuérdense de esto cuando podamos ver la luz del Sol. Primera reflexión zanjada sin mucho esfuerzo.
Otras cuestiones que requerirán mayor capacidad de debate serían las relativas a la gran cantidad de producto que escupimos los creadores hacía ese océano llamado Internet, con la esperanza de que ese alguna de nuestras barcas de papel consigan remontar la corriente de un río navegable imaginario hasta los auriculares de algún ferviente seguidor, si es que queda alguno. La gran cantidad de streamings, producciones, conciertos desde casa, los balcones me hace ver una realidad: Sobran creadores, faltan oyentes.
Nos hemos creído que cada vómito creativo, es digno de alabanza, que cada tarde tras los tocadiscos de vinilo es digna de ser compartida a cualquier precio, demostrando que lo ególatra abruma al amor al arte. Cada streaming mata un poquito más el arte, y lo hemos aceptado de buen grado en pos de un bien común: El entretenimiento de la sociedad más entretenida de la historia. En cada casa hay un entretenedor nato y ya no vale con entretenerse uno mismo sino que nos hemos erigido sin preguntar en entretenedores de los demás y ese camino no hace más que aumentar el tamaño de un vertedero virtual que no tiene final. No da tiempo a digerir un estímulo cuando ya tenemos el siguiente tocando a nuestra puerta: El vivo al bollo y el vertedero que siga creciendo, este si, exponencialmente. Y no pasaría absolutamente nada si no fuera por la cantidad de cadáveres que dejamos en el camino.
Siento ser portador de malas noticias: Al ritmo actual, has gastado 3 o 4 horas para facturar un temazo que probablemente dure 4 segundos en el imaginario colectivo. Idem para todas esas horas preparando una sesión, podcast o streaming. No tenemos manera de separar el grano de la paja, el mercado está más que sobresaturado y es responsabilidad de cada uno mantenerlo sostenible. Quizás no sea necesario un streaming de cada sesión que hagas en el salón, disfrútala en soledad que a veces gusta y todo. Idem de idem con ese EP que suena igual que tantos: guárdalo para mejor ocasión, quizás un recopilatorio póstumo. Intenta hacer las cosas para ti, di NO a los productos de usar y tirar.